lunes, 29 de abril de 2013

La isla la niebla




La isla entre la niebla lluvia piedra isla niebla los acantilados de la nada a través de la nada el mar como avisando del rugir avisando de la roca del rugir del precipicio del rugir la niebla no se toca pero es blanca igual que una sábana mil veces lavada tendida al fondo de un jardín blanca casi transparente como una sábana sobre un cuerpo transparente como la tela fina intocable de los camisones de las viejas damas tantas veces lavados frotados en la pila al fondo del bosque allí un cordel entre dos ramas fuertes como las manos fuertes y ancianas el hueso en realidad tan frágil bajo la piel las manos que plancharán mil veces más cien mil veces más esos camisones que ya perdieron las flores ya el estampado se diluyó entre los hilos el algodón eterno de los bosques en la arruga del costado la frescura del blanco sobre el blanco la niebla ida fugada ya no más niebla ahora que cae el agua del cielo sobre la isla sobre el campanario sobre las lilas sobre los árboles sobre la silla oxidada el cenicero olvidado las colillas mojadas la copa de vino el domingo para siempre la lluvia la ginebra la risa

miércoles, 17 de abril de 2013

Rescato un texto antiguo de vigencia emocional


Anoche, por fin la segunda mitad de El árbol de la vida, Malick exacerbado en sus filias y sus fobias.
Se creó un silencio.
La brutalidad del padre, los misterios de la casa y de la luz, la culpa de la infancia.
El peso fuerte de una nostalgia o el abrevadero.
Angustia de la noche y de la belleza.
Interrumpimos la película para salir a fumar, como en los bares, y establecimos un diálogo, una fuga.
No podemos convertir nuestra vida en una continuidad opresiva.
Estamos obligados a impedir que eso ocurra.
No es tarde para ello.
No somos tan viejos a pesar de.
Aunque el manto superficial (el que brilla pero te oculta del mundo) caiga sobre nuestros hombros cada vez con más decisión, seguimos sin querer que nuestra vida se parezca a la de nuestros padres. Utilizo un plural mayestático para crear ambiente.
No, no quiero renunciar, no quiero esa pose de rechazo e intolerancia, esa ausencia de lo inocente, ese vacío repetitivo. Esa fatalidad.
Aunque sé que todo se resume a eso al final.
A la tristeza y al enfado.
Aunque sé que soy cobarde.
Aunque tenemos la mayor responsabilidad del mundo.
Si mi rostro es una continuidad opresiva hay que salir huyendo (corre, no tengas miedo).
Aunque la cotidianeidad venga a contradecirme, no quiero a nadie muerto a mi lado.
Empezando por mí.
Déjame (utilizo la segunda persona para crear intriga) que te diga lo que no tienes que hacer. Organizar las vacaciones con la familia. Ir siempre al mismo lugar (donde una vez te divertiste). Ahorrar dinero para cuando se acabe el mundo. Convertir tus frustraciones en una obligación. Decir «esto es la vida».
Déjame que te diga lo que tienes que hacer: un uso productivo de tu libertad de huir.