martes, 27 de octubre de 2009


Tengo un vestido de lentejuelas, son como múltiples ojos de plástico que brillan bajo las luces de una discoteca que aún no he visitado.
El otoño se resiste y acaba un año igual que si empezara.
El fuerte olor de la pintura blanca es embriagador.
El otoño se resiste igual que se me resisten últimamente los libros, el agua entre sus páginas no cubre. Cambiar de título, cambiar de título, una y otra vez, hasta que encuentre el que me degolle y pueda comenzar de nuevo. Mientras, un reguero de lomos desde la estantería del cuarto de baño hasta la mesilla de noche. Tapas duras y blandas. Carcoma y olor a imprenta nueva.
El último que me absorbió tenía un título provisional y su formato era original: din a4 encuadernado con canutillo de anillas negras.

Espero que el extranjero no sea un lugar inalcanzable.

Como ahora tengo un vestido de lentejuelas (¿o es una camiseta tapa glúteos?) nada importa: me da la sensación de que estoy a punto de estrenarlo todo.

sábado, 17 de octubre de 2009


Si cuando pasan los flamencos
(volando como flechas
enfrente de nuestra casa)
tú no me avisas
y yo me he demorado en la ducha
demasiado
el agua fermentando en las baldosas
si no me avisas
si salgo con los ojos calcinados en champú
y entre la nebulosa veo tu figura en el balcón
tu figura
lo que queda de ella
la mano extendida ya casi alcanzando el final de la flecha
flamenco volador interespacial
que te llevará al otro lado
si no me avisas
mis dedos mojados
agarrando la barandilla
sacando medio cuerpo afuera
si no me avisas

dónde estás
movimiento migratorio.

martes, 13 de octubre de 2009


No habíamos subido hasta allí para disfrutar de un atardecer, sino para compartir un precipicio.

sábado, 3 de octubre de 2009






Hizo un movimiento raro.
No dolía a los ojos.
Los erizos estaban poseídos, había que resguardarse las plantas de los pies, finas como de goma.
Duró el tiempo suficiente.
Era como si rodara.
Luego cayó.
Oímos, claramente, ese glubs, típico glubs de pozo sin fondo.
Pero no de cloaca.

viernes, 2 de octubre de 2009

1. Algunas cosas del pasado más reciente.

Inactividad, posible resfriado psicosomático o formas de equivocarse en la duración del verano.

El mar suena como una cascarita llena de agua. Suena flojo, una mijita, cabe en un cuenco y de vez en cuando alguien lo sopla. Está gris y brillante.

Somos pocos. Frente a mí, en el agua, hay dos cabezas que hablan en francés. Él tiene expresión de indio apache, una testa grande y carnosa, no se mueve. Ella va vestida de otra época o de la suya: unas gafas apaisadas y un pañuelo rosa tapándole el pelo, a juego con el bañador: con esta pinta nada como un caniche a un lado y al otro de la orilla.

Me fumaría ahora un cigarro larguísimo.

La pareja ha salido del agua.

Él es gordo, efectivamente.

Ella se empina para peinarle el pelo mojado con los dedos y así él parece un niño aunque ya es viejo.

¿Cuánto tiempo aguantaré sin fumar? ¿Un día entero, dos?

Debería meterme ahí dentro y nadar, nadar, nadar, como ayer hice.

Pero ¿por qué? Hoy está nublado y no me atrevo. Tendré frío al salir. Veo cada piedra del fondo desde donde estoy sentada, está cristalino esta tarde.

Tengo dos opciones: leer el periódico o empezar un libro nuevo.

Ninguna me apetece.

Total: si has llegado hasta aquí ya no lo dudes.

Sin embargo no soy capaz.

No quiero hacer nada.

Me voy a casa.